31.1.10

El prólogo completo de mi 3era edición

No se puede falsificar la mirada, por eso he decidido publicar, ahora sí, esta historia completa: me llamo Lucas Meneses y soy un periodista acusado de fraude. Dicen que generé una polémica para hacerme un nombre ocultando intereses, ganar premios y atraer lectores.

¿Quiénes lo dicen? Medios en general, ya deben saberlo. Y también paredes que se hacen eco del malentendido: como es obvio, los graffitis propagandísticos no son espotáneos.

Voy con mi defensa: nada más falso. Un narrador persigue hechos y personajes para contar sus historias, habla con pistas y colecciona testimonios. Aquí están las mías. Algunas fotografías, anotaciones en caliente, las pocas declaraciones que obtuve para desempolvar un cuento de amor, magia, pasión y desencuentro, y una carta anónima que, hace poco se ha desvelado, parece que sí fue redactada por un alto funcionario del actual gobierno.

Pero vamos por partes. Obtuve el Premio Nacional de Periodismo en 2005 y un reconocimiento especial de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) por mi trabajo especial “Las Cartas Secretas”, publicado en tres entregas en septiembre de 2004, en el suplemento Aventuras del Papel del diario El Tiempo, en el estado Anzoátegui. Hasta ese momento, todo bien con mi trabajo. Salvo la sorpresa de recibir un reconocimiento que poco valía y menos me interesaba, no hubo mayores aspavientos: pasé de ser una figura menor a un personaje conocido y celebrado por mi familia, mis vecinos, algunos de mis antiguos compañeros de clase y exactamente cuatro colegas. Lo sé porque suelo anotar las escasas demostraciones de afecto que recibo. Soy de los que apuntan en una libreta los nombres de las personas que llaman para felicitarte el día de tu cumpleaños, y también soy de esos que suele privilegiar a quienes lo hacen antes de las nueve de la mañana. Como era de esperar, luego del premio recibí un correo electrónico por parte de la FNPI y tres invitaciones para ofrecer una charla en universidades (una en la sede de la UCAB Guayana, otra en la UCV y la última, con alojamiento cinco estrellas incluído, en Cartagena, Colombia). Poco más, ni novia nueva, ni aumento de sueldo, ni mucho menos un dato revelador que me llevara al destino que buscaba entonces: el paradero de los autores de esas cartas maravillosas que dieron origen a esta historia. Intentaré decirlo de forma simple, porque de esto se trata todo: encontrar a Max, y a Andrea, hubiese sido para mí como hallar el mejor de los tesoros. Ya sabrán de ellos, más adelante, cuando avancen en las páginas de este libro.

Ahora, a los hechos: después de casi cinco años, recibo una callapa feroz producto de algo que hasta ahora había querido entender como una confusión, pero que, evidentemente, no es así. Ese ataque viene en distintas direcciones y desde no pocas tribunas, privadas, como El Universal, y públicas, como la Agencia Bolivariana de Noticias. En la primera se me utiliza para atacar al gobierno tildándome de farsante, “marioneta al servicio del poder que, una vez más, deja en evidencia su poca capacidad para producir logros genuinos”; y en la otra me señalan como un “estafador capaz de jugar con los sentimientos del pueblo venezolano, privilegiando, como lo hace el capitalismo perverso, los interes individuales por encima del colectivo”.

Tribunas impresas como Tal Cual, donde aprovechan el (buen y mal) humor de su sección Por mi madre para sugerir una conexión entre mi supuesta falta de credibilidad y un “premio de tal envergadura que solo puede ser entregado por instituciones prestigiosas e intachables como –valga la redundancia– el CNE y el Ejecutivo Nacional”. O esos rollos de papel higiénico disfrazados de semanarios, llamados Las Verdades de Miguel y Los Papeles de Mandinga, espacios en los cuales se reprodujo una extraña acusación, según la cual, gracias a una campaña mediática y unos “premios amañados, Lucas Meneses pretendió desestabilizar la sólida moral de este proceso político, excarvando en conexiones guerrilleras imposibles, a través de unas pésimas y amelcochadas cartas de amor que tenían como supuestos autores a dignos representantes de esta noble revolución”. Según estos pasquines, vayan ellos a saber cómo, fui yo quien redactó y publicó aquélla carta al editor que desató toda la polvareda, para encender la mecha del escándalo y ganar dinero con la venta de mis libros. La suerte es extraña, esta es la tercera edición de una investigación que no me dejó más que pérdidas, pese a haber agotado los dos primeros tirajes.

Como nota al pie, un dato curioso (otro dato curioso): por ningún lado se informa sobre quiénes son esos supuestos “representantes de esta noble revolución”.

Medios regionales como La Nueva Prensa de Oriente y El Nuevo Día cargaron contra El Tiempo, donde con amabilidad y sorpresa logré publicar mi trabajo y darme a conocer. Esto es entendible dentro de los parámetros de la competencia salvaje que genera el mercado editorial. Digamos, tras la primera línea de un escándalo fabricado, acusar a El Tiempo de publicar mentiras no era más que la consecuencia previsible; algo que podían aprovechar los otros periódicos para tratar de minimizar al competidor más grande de la zona. La torta publicitaria es la causante de tantas y tan malsanas aberraciones.

Otras tribunas nacionales como El Nuevo País, e internacionales como El Espectador de Bogotá, el Miami Herald y el diario Crítica de Buenos Aires también rebotaron la información, a modo de miscelánea, de dato menor, de curiosidad de última página, cambiando uno que otro adjetivo por acá y por allá para disfrazar la acusación. No voy a parafrasear todos los ataques, basta con visitar los foros públicos de portales como Aporrea, Noticiero Digital y Noticias 24 (Cursi / Ciego / Mequetrefe / Fabulador / Amante de la nada / Farsante / Hazmereír / Sinvergüenza / Usurpador / Pitiyanqui / Chavista / Montador / Conspirador / Lacayo / Disfraz / Cuento Chino / Ojo Morado / Descubierto / Maldito )… Me pregunto: ¿Puede sólo el azar generar tal caos? ¿Un malentendido de dimensiones locales, casi inexistentes, puede ser capaz de propagarse como un virus e infectar sin discreción cualquier medio para aplastar reputaciones? ¿Nadie echó a rodar esta bola de nieve? Para mí resulta obvio que un personaje muy poderoso está detrás de todo esto.

La denuncia gira en torno a dos versiones:

  1. La primera: una supuesta trampa periodística según la cual, para encubrir la identidad de un personaje de peso en el gobierno y el origen de un proyecto subversivo, me adelanté a interpretar como verdadera una falsa historia.
  1. La segunda: una supuesta trampa periodística según la cual, para perjudicar a un alto funcionario del gobierno, me invento un cuento, gano un premio y luego, amparado en la poca fama que me otorga el hecho, cambio la historia con una carta al editor que me señala como farsante, pero que coloca al funcionario en tela de juicio por su aparente homosexualidad y su vinculación a grupos guerrilleros en los años setenta, tiempos en los cuales asegura haber participado en al menos un asesinato.

O sea, una especie de mala praxis, pero premeditada. Es decir, que yo sabía la respuesta, me hice el pendejo y gané. Pero que fui desenmascarado bajo la máxima de la justicia violentada: no hay acusador ni delito, pero eres culpable. Déjenme escribir, como lo estoy haciendo, que me río de eso.

El asunto no termina aquí. Ya han aparecido en algunas ciudades (Caracas, Guarenas, Puerto Píritu, Lechería, Barcelona) pintas que me favorecen y me perjudican, o al menos que eso pretenden. Me cuesta creer que mi caso tomara tales dimensiones, aunque en un país que se alimenta de la paranoia y el insulto a precios de rebaja, no es extraño que surgiera tamaño despropósito. La polémica desatada en torno a los controles de calidad en los medios impresos, sobre todo cuando son pequeños, mi supuesta relación familiar con el dueño del periódico El Tiempo, y un sin fin de especulaciones han sido ventiladas y difundidas una y otra vez en columnas de opinión y agencias internacionales, sin fundamentos, amparadas en el sensacionalismo, en hacer de la nada un descubrimiento efectista, en convertir en hito ejemplarizante un hecho cotidiano, íntimo, casi privado; una historia mínima que logra ver la luz gracias a dos de las herramientas más usadas por nosotros los comunicadores sociales: la curiosidad y la impresión. Más claramente: a mi curiosidad y a mi impresión.

Seré enfático, el escamoteo no es el mío. En este libro encontrarán elementos suficientes para juzgar lo ocurrido con todo lo que hay a la mano, incluyendo algunas imágenes y notas sueltas. Puedo justificar todos mis datos y ubicar a las fuentes más importantes. Puedo demostrar que los farsantes son otros.

¿Quién podría creer que después de tantos meses, lo que narré como una maravillosa y encantadora historia de amor, pero también como una búsqueda en vano, iba a despertar este mar de suspicacias y pondría de moda, otra vez, el tema de la ética periodística sobre el tapete de la opinión pública? ¿Cómo es que a estas alturas el poder político y su empeño siguen aplastando al eterno poder del cuerpo y sus misterios? ¿Hasta cuándo lo público derrota a lo privado?

Por eso es que decido, en esta tercera edición, publicar el material completo. Para intentar responder esas preguntas. Este es un libro que debe leerse con cuidado y lo firmo con mi nombre: Lucas Meneses. Estoy de acuerdo en que el fraude periodístico no es un tema del formato que difunde las noticias, sino de la credibilidad del periodista que las cuenta. En rigor de eso y de la campaña que se ha tramado en mi contra, salgo al ruedo –otra vez– con este ejemplar, estructurado de forma tal que el lector pueda encontrar en él no sólo las bases para un buen juicio, sino una lectura entretenida, que se desteje y va descubriendo poco a poco una cadena de pormenores y referencias, de símbolos y, sobre todo, de amores que me niego a negar. En cuatro palabras: un asunto de miradas.

L.M.

29.12.09

Súmese a la discusión...

Manuel Barrientos dijo...


Lucas, quisiera hacerte una pregunta que me deja curiosidad: en tu libro (El Famoso Caso de las Cartas de Lucas Meneses), se publica al final una carta -la cual le da un giro de 180 grados a la trama- recibida anónimamente (o eso hace pensar) al editor del libro. ¿Hubo alguna razón para darle credibilidad al autor (de esa carta)? Es decir, pudo haber sido cualquier loco que escribió un esquizofrénico significado a las cartas de Max y decidió enviárselo a ustedes, ¿o acáso recibieron un motivo fuerte para saber que la información era verdadera? Agredeciendo tu respuesta.

9.12.09

La imaginación y la inventiva como prodigio


Yo no tengo ética, suelo tomarla prestada del asco que me produce el pudor. Y mis argumentos no son teóricos, sino vitales. Es evidente que no quiero mostrarme, pues considero que sólo puedo hacerlo a través de la parodia. 

Eso es lo que intento.

Me interesa la periferia de la imaginación que con tanto desafío solemos representar a través del lenguaje, o al menos, que algunos intentamos representar. Sin embargo, me resulta imposible en el único sentido que la verdad permite, no fracasar de forma sistemática.

Un ensanchamiento de la imaginación (literaria), que se aleja de la esencia narrativa en sus dimensiones básicas (papel y tinta); allí estoy yo. Un ejercicio de superficialidad que hurga en la inventiva, en la creación de un hombre vivo. Nada nuevo, tiene usted razón. Pero allí está mi intención. Con ella aclaro mi postura ante el arte y la literatura del siglo que comenzó a correr hace unos cuantos años.

Dicho de otro modo: estoy creando mi propia ideología literaria, tan necesaria en esta época, ante la cual los otros –entre quienes se encuentra usted– deberán sentar posición. De lo contrario, no tienen nada que buscar en esta biblioteca ombliguista. Creemos –creo– en las frases, las historias que construyen y la incertidumbre que generan.

2.12.09

Por John Manuel Silva

Extracto de su reseña crítica.

"¿Adónde fueron, pregunto ahora, la investigación periodística, la búsqueda de la verdad en la información que se transmite? (p. 113), pregunta uno de los personajes. La respuesta a esa pregunta no es solo el discurso del libro, sino se extiende a su relación pública, a cómo nosotros hemos caído como imbéciles de cuanta histeria colectiva nos han puesto en los últimos años. Un escritor crea una pequeña leyenda urbana y nosotros la creemos, vamos por ahí discutiendo si de verdad Sofía Imber parió un bastardo que firma un libro que se supone contiene veneno, pero en realidad está lleno de algodón de azúcar.

La literatura, como toda forma de expresión artística, es un gran acto de manipulación, y Lucas Meneses lo deja muy claro con esta publicación. Al menos así lo entendí yo, ustedes dirán si estoy miccionando fuera del envase".

29.11.09

El hombre que no asistió al bautizo de su propio libro

[ Extracto de la semblanza de Leandro Varanda publicada por El Librero en su edición de octubre ].

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El autor de El famoso caso de las cartas de Lucas Meneses, una curiosa noveleta epistolar en pleno siglo XXI, sigue sin aparecer a pesar de que su debut editorial ha sido aplaudido por varias personalidades de la literatura nacional e internacional.

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"...Ya que en la contratapa del libro Boris Muñoz, Leonardo Padrón y el español Kiko Amat le dedican varios elogios a su obra pensé que ellos serían el mejor camino, pero lo cierto es que ninguno lo conoce personalmente y a los tres los contactó desde correos electrónicos diferentes que en la actualidad rebotan cualquier e-mail que se les envíe. Luego de una semana de esfuerzos estériles en Barcelona seguí la pista de una persona que aparece citada en el libro, un viaje que me llevó a Guanta y de ahí a Boca de Uchire, a una casa desgastada por el salitre en la que una persona que prefiere mantenerse en el anonimato me dio, temblorosa,  un número telefónico.

Esa noche me enteré de que en una librería caraqueña Meneses había vuelto a hacer de las suyas al no aparecer en el bautizo de su propia noveleta (¿para qué bautizar un libro cuando va ya por su tercera edición?). Dicen que al llamarlo  a la mesa donde estaban exhibidos los ejemplares no hubo respuesta, un episodio que fue reseñado en la página web panfletonegro. Motivado por ese episodio lo llamé a la mañana siguiente, a comienzos de julio, y pude hablar con él, o con el personaje que se ha inventado, o con quien sea que se hace llamar Lucas Meneses. Me invitó a su mansión en el Tigre, anoté la dirección y tomé la carretera hacia allá, que sigue en las mismas malas condiciones de siempre, sobre todo en los primeros 20 kilómetros a la salida de Boca de Uchire. A estas alturas no les sorprenderá saber que no existía mansión alguna en esa dirección, pero yo, que estoy dentro de esta historia, no advertí la posibilidad.

De regreso en Barcelona volví a llamarlo y pactamos un nuevo encuentro, esta vez en un restaurant de la ciudad. Me extrañó que me pidiera mi dirección de correo electrónico si nos íbamos a ver en un par de días. Durante esa segunda conversación telefónica insistió en que no era el hijo de Sofía Ímber, como también se ha comentado en Internet, y se excusó por el engaño de la mansión en El Tigre arguyendo que desde la publicación de El famoso caso... ha permanecido escondido en una suerte de guarida costera...".

28.11.09

Para comenzar

Prefiero a los escritores que entran sin miedo al mundo de la palabra y se ensucian, como John Fante, Irvine Welsh, Osvaldo Lamborghini, Horacio Quiroga, Henry Miller, Malcolm Lowry, Raymond Carver. Me gusta leer a Poe, a Kerouac, a Bokowski, y cuando lo hago, a cada línea me señalo como un cobarde, pero apenas un mínimo instante después sonrío y me calmo, porque nunca he sido y no voy a ser un personaje-borde atado a su obra.

Mi primera novela

Es pequeña y confusa, pero tiene la magia de abrochar la política en el espacio vacío del amor. Eso me interesa y lo considero un gran logro. Para mí, escribir 114 páginas en casi cinco años fue morir y renacer. Por eso admiro a los escritores: Kafka, Sebald, Chejov, Marai y Arlt son de los mejores que he leído.

En la solapa de mi libro

Dice que tengo una especialización en Mercadeo y RRPP, es verdad, pero después dice que he trabajado como consultor en desarrollo organizacional, asesor gerencial, periodista y profesor universitario. Allí hay un par de trampas, primero, mi asesoría gerencial fue en el área del periodismo, en un proyecto errático de El Diario de Caracas; y mi trabajo como periodista fue un escape fallido. Aprendí mucho, leí. Sobre todo leí bastante, pero nunca logré sentirme periodista al modo de Gay Talese, de Truman Capote, de Rodolfo Walsh, ni siquiera de Tomás Eloy Martínez o Tom Wolfe.

También leo

Y lo hago con pasión, a Ángeles Mastreta, a Rosa Montero y a Gabriel García Márquez. No creo que por eso sea un revolucionario. Me burlo de aquellos que desprecian la literatura rosa. Por favor, amo a Corín Tellado y no sé si haya algún creador al que le deba tanto como a ella.

El corazón lleno de tierra

Esa es una imagen que me recuerda a la sal del mar. ¿Alguna vez volviste a leer algo tan bueno como el asesinato del árabe en la playa, a manos de Meursault en El extranjero, de Albert Camus? La tarde en la que leí esa historia, yo tenía 14 años y estaba de vacaciones en una bahía mugrienta y pretenciosa del estado Sucre, muy cerca de Puerto La Cruz. Pasada la media noche, en la madrugada del día siguiente, perdí la virginidad. Ese momento para mí es el resumen de la literatura que disfruto y me gusta imaginar.

¿Quieres que te recomiende un libro?

Puedes comenzar con alguno de los autores que he citado. Después, sólo después, lee el mío.